Serie: Efesios 3 de Diciembre del 2000
Por Sugel Michelén
PABLO ORA POR LOS EFESIOS
(Ef. 1:15-23):
Introducción:
Ef. 1:15-23.
Alguien dijo una vez con mucha razón que las oraciones de una persona son un reflejo de su vida interior. Las oraciones de un creyente evidencian, como pocas cosas pueden hacerlo, cuáles son sus prioridades, qué es lo que en realidad le preocupa y le consume, hacia donde tienden más decididamente sus afectos y emociones.
Por eso resulta tan provechoso estudiar las oraciones que aparecen en la Biblia, porque ellas son un medio para introducirnos en el corazón mismo de aquellos hombres de Dios que las pronunciaron.
Y eso es lo que tenemos aquí en esta oración del apóstol Pablo por los efesios, una especie de ventana que nos permite mirar el interior de este siervo de Dios, y de donde podemos extraer un verdadero caudal de enseñanza doctrinal y práctica.
Esta oración contiene dos aspectos que podemos identificar fácilmente: en los versículos 15-16 Pablo da gracias al Dios soberano por la obra que estaba haciendo en esta iglesia conforme a sus propósitos eternos; y en los versículos 17-23 encontramos las peticiones que Pablo eleva a ese Dios soberano a favor de estos creyentes.
Pablo da gracias, Pablo intercede; eso es básicamente lo que tenemos aquí, y lo que espero considerar con Uds. en esta mañana con la ayuda de nuestro Dios. Veamos, en primer lugar, las acciones de gracias (vers. 15-16).
I. PABLO DA GRACIAS AL DIOS SOBERANO POR LOS EFESIOS:
Como vimos el domingo pasado, esta oración de Pablo es motivada por su reflexión en las bendiciones espirituales que Dios ha derramado soberanamente sobre Su pueblo.
En los versículos 3-14 Pablo ha declarado que Dios nos ha escogido para salvación desde antes de la fundación del mundo, y conforme a esa elección nos había bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales. Y eso es precisamente lo que motiva a Pablo a elevar estas acciones de gracias delante de Dios, sumado al buen reporte que había recibido de esta Iglesia.
“Por esta causa, dice Pablo, por cuanto Dios los ha escogido para bendecirles, ahora que escucho de vuestra fe en el Señor Jesús, y de vuestro amor para con todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros…”.
Las personas que visitaban a Pablo en su encarcelamiento en Roma le reportaban acerca del progreso del evangelio; éste seguía siendo el principal interés del apóstol, aun a pesar de la condición tan difícil en que se encontraba en esos momentos: el estado de las iglesias; y los reportes que estaba recibiendo sobre estos creyentes de Éfeso eran muy buenos.
Pablo escuchaba de la fe que estos hermanos tenían en el Señor Jesús, de cómo evidenciaban a través de sus frutos que Él era el objeto de su confianza. En Él descansaban para la salvación de Sus almas, en Su voluntad confiaban para la dirección de sus vidas. Estos hombres y mujeres, cuando oyeron el evangelio, creyeron, y esa fe era evidente para aquellos que visitaban la iglesia.
Pero Pablo escuchaba también del amor que estos hermanos se manifestaban unos a otros, un amor que abarcaba a todos los miembros de la congregación; el amor de ellos era para con “todos los santos”.
No hay nada de malo en tener amigos en la Iglesia, amigos que serán más cercarnos que otros; Cristo los tenía entre Sus discípulos, y Él fue sin pecado. Pero todos los miembros del cuerpo de Cristo deben beneficiarse de nuestro servicio, de nuestras oraciones, de nuestras exhortaciones y estímulos, sean del grupo cercano o no.
La palabra “amor” que Pablo usa aquí señala la acción de una persona buscando a otra para hacerle bien, y es presentada en la Escritura como una virtud íntimamente asociada con la fe.
“La fe obra por el amor”, dice Pablo en Gal. 5:6. Es imposible que amemos a Dios, y al mismo tiempo seamos indiferentes a todos aquellos que son el objeto del amor de Dios.
En su primera epístola Juan nos advierte que “si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos mandamiento de Él: El que ama a Dios, ame también a su hermano” (1Jn. 4:20-21).
La fe y el amor caminan juntos, van de la mano en la vida del creyente. La fe, dice Santiago en el cap. 2 de su epístola, se manifiesta a través de obras concretas de amor. Por medio de la fe Cristo nos atrae hacia Sí, pero al mismo tiempo hace que los creyentes se atraigan entre sí. Por lo tanto, donde ese amor no está presente, tenemos razones de peso para pensar que tampoco se encuentra la fe.
En el caso particular de los creyentes en Efeso, era obvio que estos hermanos estaban creciendo en piedad; los frutos de su fe estaban siendo claramente evidenciados, sobre todo a través del amor, y en aquel encarcelamiento en Roma eso consolaba el corazón del apóstol, y lo movía a acercarse a Dios con acciones de gracias.
Pablo amaba a Dios, y por lo tanto, mostraba un real interés en todo aquello que tiene que ver con el avance de Su obra en el mundo. Esa es una de las marcas por excelencia de aquellos que realmente aman a Dios, el amor por Su obra, la preocupación por Su Iglesia, por Su reino.
Por eso es tan importante que en el culto de oración demos reportes de otras iglesias, y que todos estemos aquí para orar por esto. Nosotros somos ciudadanos del reino de Cristo, y debemos estar interesados por todo lo que ocurre en cualquier provincia de ese reino.
Si no tenemos tal interés por el avance del evangelio, tenemos razones para preguntarnos seriamente cuál es el estado real de nuestro amor a Dios. Pablo no era indiferente a las noticias que recibía sobre otros creyentes, y nosotros tampoco debemos serlo.
Como alguien ha dicho, si queremos imitar a Pablo en sus oraciones “estaremos atentos a los informes sobre el progreso del evangelio, no sólo en los círculos más inmediatos a nosotros, sino también en los lugares que nunca hemos visitado” (D. Carson; op cit; pg. 191).
Los hermanos que estábamos el miércoles aquí en el culto de oración fuimos grandemente edificados al escuchar el reporte de Miguel Linares sobre lo que está sucediendo en Yabonico; fue para nosotros motivo de gozo y alegría saber lo que Dios está haciendo allí.
Este tipo de reportes acrecienta nuestro amor por el reino de Cristo, nuestro amor por otros hermanos, y alimenta nuestra fe al ver a Dios obrando. Es muy preocupante que algunos que profesan la fe no muestren interés por estas cosas; estas mismas personas, muchas veces, al no percibir la obra que Dios está haciendo, tienen una actitud totalmente pesimista en cuanto a la Iglesia, y muy pocas razones para dar gracias a Dios.
Leí en un libro hace un tiempo atrás que “hay personas para las que las únicas noticias interesantes son las malas. Si oyen hablar de cristianos que tienen problemas, de un pastor que ha caído en un pecado sexual, de una institución teológica con problemas internos, de un proyecto evangelístico que se hunde, entonces se preocupan mucho… Pero si oyen acerca de cristianos que están gozosos, que crecen en santidad y testimonio efectivo, si se enteran de que un pastor es muy fructífero… entonces pierden el interés” (Carson; pg. 93).
Este tipo de creyentes nunca ve razón alguna para dar gracias a Dios por otros cristianos, o por su propia Iglesia, porque solo prestan atención a lo que está mal, y lo que está bien les pasa por delante de sus ojos completamente inadvertido.
¿Qué tan atento estás tú al progreso de otros? ¿Con cuánta frecuencia le das gracias a Dios por lo que Él está haciendo con otros hermanos, dentro y fuera de esta Iglesia?
¿Eres de los que tienen un ojo clínico para ver los errores y debilidades de otros, o percibes también las cosas buenas que ocurren a tu alrededor, y das gracias por ello? ¿Qué tanto interés muestras por estar aquí cuando reportes y cartas sobre otros ministerios son compartidos para orar por ellos?
Pero noten algo más en nuestro texto. Pablo no solo dio gracias a Dios por el crecimiento espiritual de estos hermanos, sino que así lo hizo saber a ellos en esta carta. “Yo doy gracias a Dios por vosotros al oír de vuestra fe en el Señor Jesús, y de vuestro amor para con todos los santos. Yo quiero que Uds. sepan que yo doy gracias a Dios por vosotros”.
Pablo reconocía a Dios como el dador de todo bien y por eso le daba gracias, pero al mismo tiempo alentaba a estos hermanos al darles a conocer en su carta que daba gracias a Dios por ellos. La acción de gracias va destinada a Dios, no a los efesios, pero Pablo la pone por escrito para estimularles. Y esto debe ser también para nosotros una tremenda lección espiritual.
Si bien es cierto que debemos cuidarnos de la actitud lisonjera y alabanciosa de aquellos que van por ahí exaltando a todo el mundo como si estuvieran intentando ganar un concurso de popularidad, también es cierto que tenemos que cuidarnos de la actitud contraria, la de aquellos que nunca o casi nunca alientan a otros por sus esfuerzos y progresos.
D. Carson en su libro sobre las oraciones de Pablo, habla de ciertas personas que están tan convencidas de “que al final Dios es el único digno de toda alabanza… que rara vez nos agradecen algo, y entonces solo a regañadientes. Reconocen, acertadamente, que todo lo bueno que somos o hacemos tiene su origen final en la mano de nuestro Padre celestial, llena de gracia. (Y así) concluyen, erróneamente, que no debe darse ningún tipo de ánimo a los que son meros mediadores de esa gracia divina… Estas personas creen, aparentemente, que esa alabanza se nos podría subir a la cabeza y acrecentar nuestra importancia, lo cual podría resultar peligroso para nuestra vida espiritual” (pg. 96 – el paréntesis es mío).
Son rápidos para criticar, para discernir lo que no está bien, pero muy lentos para animar y estimular a otros en su carrera. Es obvio, hermanos, que Pablo no pensaba de ese modo. Por eso, continuamente expresaba a los creyentes las razones por las cuales daba gracias a Dios por ellos. Así Dios recibe la gloria, y nosotros el estímulo.
Amados hermanos, hay creyentes en medio nuestro que han sido usados por Dios para bendecirnos. En vez de concentrarnos únicamente en lo que está mal, miremos también a esos hermanos, demos gracias a Dios por ellos, y animémoslos a seguir adelante, y a que continúen dejándose usar por Dios como hasta ahora lo han hecho para nuestro beneficio.
Pero Pablo no se limita a dar gracias a Dios por estos hermanos, sino que también pide por ellos. En los versículos 17 al 23…
II. PABLO INTERCEDE ANTE EL DIOS SOBERANO EN FAVOR DE LOS EFESIOS:
Vers. 16-18a (hasta: “…para que sepáis…”). La persona a la que Pablo dirige su oración es designada en el texto como “el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria”. Este hombre se acercaba a Dios con confianza, pero sin olvidar al mismo tiempo la majestad de Aquel a quien ora.
Algunas personas pretenden hablar con Dios con la misma familiaridad con que lo hacen con un vecino, pero nuestro Dios es “el Padre de gloria”, Aquel a quien pertenece la gloria, cuyos atributos le revelan como un Dios glorioso, sublime y lleno de majestad.
No es lo mismo, hermanos, acercarnos a Dios con la confianza de un hijo que ser confianzudo con Él. Él es nuestro Padre, y al mismo tiempo el Dios de la gloria; podemos y debemos acercarnos confiados a Su trono, pero con todo respeto y admiración.
Y ¿qué pide Pablo a ese Dios soberano en favor de estos hermanos? ¿Cuál es la esencia de su petición? Conocimiento (vers. 17-18a). Aunque la Palabra “espíritu” en la versión RV aparece en minúscula, tenemos muchas razones para pensar que Pablo se refiere al Espíritu Santo.
Es el Espíritu de Dios el que imparte luz al corazón, el que abre e ilumina nuestro entendimiento. Por eso en Is. 11:2 se señala al Espíritu Santo como “Espíritu de sabiduría y de inteligencia, Espíritu de consejo y de poder, Espíritu de conocimiento y de temor de Jehová”.
Pablo quería que estos hermanos, que ya habían sido iluminados por el Espíritu de Dios para venir a Cristo y comprender muchas cosas que antes no entendían, recibieran de El más luz y entendimiento.
En la vida cristiana la ignorancia no es virtud sino una desgracia. “Mi pueblo fue destruido, dice en Os. 4:6, porque le faltó conocimiento”. La desinformación y la ignorancia son la semilla de la destrucción.
Por eso debemos orar a Dios continuamente, por nosotros y por otros, que nos conceda un mejor entendimiento de las verdades reveladas en las Escrituras. Pero no solo debemos orar, sino también hacer uso de todos los medios que tengamos a nuestro alcance para crecer en nuestra comprensión doctrinal. Pablo oró por estos hermanos, pero también los instruyó. Su instrucción era uno de los medios que Dios habría de usar para responder su oración.
¿Por qué es tan importante que nosotros estemos aquí cuando la Palabra de Dios es expuesta? Porque el Espíritu Santo usará esa exposición para abrir nuestro entendimiento, para que tengamos una comprensión más amplia de lo que somos y tenemos como cristianos, y así podamos vivir a la altura de nuestro llamamiento.
Cuando Pablo habla de sabiduría y revelación en nuestro texto no se refiere a sueños y visiones, sino más bien a una comprensión doctrinal más profunda, y al mismo tiempo más práctica.
Lo que Pablo quería no era simplemente que estos hermanos en Efeso almacenaran un mayor cúmulo de información, sino que pudieran aplicar esa información bíblica en el desempeño de sus vidas diarias: en el manejo de su tiempo, en la crianza de sus hijos, en el uso de su dinero. Amados hermanos, hasta que no aplicamos lo que sabemos no sabemos como debemos saber.
Hay personas que vienen a la iglesia domingo tras domingo, escuchan los mismos sermones que todos escuchan, las mismas directrices y aplicaciones, pero cuando uno ve sus vidas, cuando uno los ve haciendo negocios, o manejando sus familias, uno se pregunta si oyeron el mismo sermón que todos oyeron.
Pablo no quería que estos hermanos fueran meros oidores de la Palabra, por eso pedía por ellos sabiduría, entendimiento, iluminación espiritual. Más adelante Pablo los exhorta a vivir como hijos de luz (comp. Ef. 5:8). Lo que Pablo pide en oración por ellos en nuestro texto era que recibieran más luz para que pudiesen cumplir aquella exhortación.
Por eso pide por ellos que sean alumbrados “los ojos de vuestro corazón (como dice el texto griego literalmente), que todo vuestro ser sea iluminado, que ese conocimiento alcance las partes más profundas de vuestra personalidad y os controle”.
Y ¿qué cosas quería Pablo que estos hermanos conocieran más profundamente? En primer lugar, Pablo quería que estos hermanos crecieran en el conocimiento de Dios (vers. 17b). Los creyentes ya conocen a Dios en Cristo, pero necesitan crecer continuamente en ese conocimiento. En la misma medida en que crecemos en el conocimiento de Él, se acrecienta también nuestro amor, nuestra devoción, nuestra admiración.
Y eso es lo que Pablo desea que todos los creyentes obtengan, un conocimiento de Dios que nos gobierne, y que nos lleve a comprender que no existe privilegio más grande en el mundo que conocerle a Él y tenerle por Padre.
Pero Pablo pide también porque estos creyentes obtengan un entendimiento más pleno de los recursos que tienen en Cristo. Como dijimos en un sermón anterior, algunos creyentes viven como pordioseros espirituales porque ignoran los recursos que tenemos a nuestro alcance ahora que somos salvos.
En estos días leí una historia acerca de un millonario llamado William Randolph Hearst, a quien le ocurrió algo sumamente aleccionador. Este hombre leyó acerca de una pieza de arte extremadamente valiosa, y decidió añadirla a su ya extensa colección. Así que pidió a su agente que moviera mar y tierra para conseguir la pieza, y que la comprara a cualquier precio.
Luego de una ardua, intensa e infructuosa búsqueda que duró varios meses, el agente descubrió que la famosa pieza estaba guardada en el almacén del señor Hearst, porque era parte de su colección desde hacía tiempo. Este hombre anhelaba tener lo que ya tenía.
Y tristemente a muchos cristianos les pasa lo mismo. Desconocen todos los recursos que tienen en Cristo y viven como pordioseros espirituales, aunque son herederos del Dios altísimo. Pablo no quería que estos hermanos ignoraran sus posesiones; por eso pide por ellos un mejor entendimiento de sus recursos, y de manera particular se concentra en tres aspectos:
A. La esperanza a la que habían sido llamados:
Vers. 18. En un mundo que no tiene esperanza alguna, nuestro Dios nos ha llamado para que tengamos una esperanza, para que vivamos por esa esperanza. Los incrédulos no tienen razón alguna para mirar hacia el mañana con expectación, pero nosotros sí. Pablo dice en Rom. 5:2 que nosotros los creyentes “nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios”. Podemos gloriarnos en eso.
Esperamos con certeza todo aquello que Dios ha reservado para nosotros, porque es imposible que Su plan sea frustrado. Nuestra esperanza es ciertísima, hermanos. Tan cierto como que mañana saldrá el sol, así de cierto es que algún día reinaremos con Cristo, y ya no habrá más llanto, ni clamor, ni dolor.
Y lo que Pablo pide aquí en oración por estos creyentes es que puedan experimentar la consolación de esta esperanza, el coraje que imparte al corazón, aun en medio de las circunstancias más adversas de la vida.
Nosotros sabemos que el futuro que nos espera es glorioso, pero debemos pedir a Dios en oración que nos conceda, como dice Hendriksen, “una expectación confiada, una espera paciente del cumplimiento de las promesas de Dios, una absoluta confianza centrada en Cristo… de que tales promesas serán sin duda alguna cumplidas” (ad loc).
Debemos pedirle esto a Dios en oración, por nosotros y por todos nuestros hermanos en la fe. Cuando esa esperanza no controla nuestros pensamientos las aflicciones se tornan cargas inmensamente pesadas, se opaca el gozo de nuestra salvación, disminuyen nuestras fuerzas, se debilita nuestro servicio, y el mundo comienza a ser poderosamente atractivo.
Pero Pablo pide también en oración que estos hermanos conozcan más ampliamente…
B. Las riquezas de la gloria de su herencia en los santos:
Vers. 18. El Dios de los cielos, el dueño absoluto de todo cuanto existe, nos adoptó como Sus hijos, y nos hizo de ese modo coherederos con Su Hijo Jesucristo. Y lo que Pablo pide por estos creyentes, no es que conocieran el hecho de que tenían una herencia, sino cuán rica y gloriosa era: “… las riquezas de la gloria de su herencia en los santos”.
Pablo estaba ansioso porque estos hermanos pudieran aquilatar la magnificencia y esplendor de lo que Dios les tiene reservado. Mi hermano querido, tu y yo necesitamos ese entendimiento, necesitamos poner esa herencia continuamente delante de nuestros ojos, de modo que podamos vivir “no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2Cor. 4:18).
Pero Pablo quiere que estos hermanos conozcan también…
C. El poder que está disponible para ellos:
Hasta aquí puede ser que algunos creyentes estén pensando: “Todo esto está muy bien, tengo una esperanza cierta, y una herencia gloriosa, pero cuando me enfrento con las adversidades de la vida, cuando tengo que luchar con las seducciones del mundo, ¡qué difícil resulta llevar estar verdades al terreno de la práctica y vivir como un ciudadano del cielo! ¿Cómo puedo yo vivir a la altura de lo que soy como cristiano?”
Por el poder de Dios que está disponible para nosotros los que creemos. Pablo quiere que estos hermanos comprendan que el todopoderoso poder de Dios estaba a su disposición. Y es obvio que Pablo multiplica adrede los calificativos en este texto para impresionar el corazón de los creyentes (vers. 19).
Ese poder ya obró en nosotros, de lo contrario todavía estaríamos en tinieblas, todavía estaríamos lejos de Dios y de Sus caminos. Nosotros creemos porque ese poder actuó en nuestras vidas. Y por ese mismo poder podemos vivir a la altura de nuestro llamamiento (comp. Col. 1:9-11).
No hay razón alguna para que nosotros los creyentes tengamos vidas espirituales mediocres, no hay razón. Ciertamente somos muy débiles, en nuestras propias fuerzas somos menos que nada, “pero todo lo podemos en Cristo que nos fortalece”.
Podemos vivir como cristianos en este mundo, podemos mostrar que somos ciudadanos del cielo, siempre que nos amparemos en el omnipotente poder de Dios. Para que tengamos una idea aproximada de la naturaleza de este poder Pablo usa dos ilustraciones.
En primer lugar, este fue el poder (vers. 20ª) que “operó en Cristo resucitándole de los muertos”. Pablo quiere que estos creyentes obtengan una clara comprensión de la clase de poder que está disponible para ellos, y ¿qué ejemplo escogió? El de la resurrección.
Allí Cristo venció la muerte, pagó por los pecados de Su pueblo, y aseguró la resurrección futura de todos aquellos que están unidos a Él por la fe. Así como Él resucitó, nosotros también resucitaremos. Nada puede impedir esa victoria de los creyentes sobre la muerte. Y ese poder vivificante que nos resucitará puede también sostenernos aquí y ahora para vivir en este mundo como ciudadanos del cielo.
Pero no solo eso. Ese poder que obró en Cristo resucitándole de los muertos, también lo sentó a la diestra de Dios en los lugares celestiales, mostrando de ese modo que a Cristo se le ha conferido autoridad suprema sobre todas las cosas (vers. 20-22a). No existe en todo el universo ninguna autoridad humana o angélica que no esté sometida al gobierno de Cristo.
Cristo fue exaltado hasta lo sumo, dice Pablo en Fil. 2:9, y se le dio “un nombre que es sobre todo nombre”, y aunque muchos hoy ignoran, y aun desprecian Su autoridad, algún día tendrán que doblar sus rodillas ante Él y confesar con sus bocas que Jesús es el Señor (Fil. 2:10-11).
Ahora, noten algo más que Pablo dice en nuestro texto. Ese Cristo que posee tal autoridad y dominio universal, ese Cristo exaltado, ha sido colocado como cabeza, “sobre todas las cosas”, de la Iglesia. En otras palabras, El es Rey soberano sobre todas las cosas, pero Su principal preocupación, Su principal interés, es la Iglesia.
Cristo ejerce Su dominio y autoridad sobre todo el universo a favor de Su pueblo; y algún día ese pueblo Suyo será también visiblemente exaltado para reinar con Él. La Iglesia es Su cuerpo, dice Pablo en el vers. 23, de tal manera que ella depende completamente de Él, y compartirá con Él su mismo destino glorioso.
Pero más aun, Pablo dice que la Iglesia es “la plenitud de aquel que todo lo llena en todo”. Y esto sí que es un misterio que escapa a toda comprensión. Jesucristo nuestro Señor, “que todo lo llena en todo”, ha quedado tan unido a nosotros como Su pueblo, que ahora somos Su complemento.
Nosotros somos Su plenitud, y Él nos ha destinado para compartir con El Su gloria, Su herencia, y sobre todas las cosas, Su compañía por los siglos de los siglos. Hermanos amados, ¡cuán importante es la Iglesia, y qué privilegio tan grande significa ser parte de ella!
Ahora esta realidad está escondida de los ojos de los hombres, pero algún día ya no será así. “Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, dice Pablo en Col. 3:4, entonces vosotros también seréis manifestados con El en gloria”. Entonces veremos quién escogió realmente la mejor parte, entonces veremos quién fue el tonto y quién fue el sabio.
¿Tenemos razones para vivir apesadumbrados y temerosos, nosotros que somos miembros de ese pueblo? ¿Somos nosotros dignos de lástima, o somos más bien dignos de envidia?
He aquí algunas cosas que nosotros no debemos ignorar. Debemos orar al Señor que nos conceda una comprensión cada vez más profunda de estas verdades espirituales, que podamos conocer estas cosas como debemos conocerlas, para que podamos vivir a la altura del Dios que tenemos y de los recursos con que contamos.
No hay ninguna razón para nuestra falta de celo y de fervor. No hay ninguna razón para dejarnos seducir por la mercancía barata que este mundo ofrece. Deja eso para aquellos que no tienen la esperanza que tu tienes, para aquellos que no esperan una herencia como la que tu esperas; es por eso que cambian espejitos por oro; ellos no tienen nada más.
Pero en cuanto a tisi eres un hijo de Dios, no solo conoces lo que ellos no conocen, sino que cuentas con un poder con el que ellos no cuentan. Que Dios nos conceda hoy una gracia abundante de Su Espíritu para que nuestros ojos sean alumbrados, para que nuestros ojos sean abiertos de par en par, y así podamos vivir el tiempo que nos resta viendo lo que no se ve.
Por Sugel Michelén
PABLO ORA POR LOS EFESIOS
(Ef. 1:15-23):
Introducción:
Ef. 1:15-23.
Alguien dijo una vez con mucha razón que las oraciones de una persona son un reflejo de su vida interior. Las oraciones de un creyente evidencian, como pocas cosas pueden hacerlo, cuáles son sus prioridades, qué es lo que en realidad le preocupa y le consume, hacia donde tienden más decididamente sus afectos y emociones.
Por eso resulta tan provechoso estudiar las oraciones que aparecen en la Biblia, porque ellas son un medio para introducirnos en el corazón mismo de aquellos hombres de Dios que las pronunciaron.
Y eso es lo que tenemos aquí en esta oración del apóstol Pablo por los efesios, una especie de ventana que nos permite mirar el interior de este siervo de Dios, y de donde podemos extraer un verdadero caudal de enseñanza doctrinal y práctica.
Esta oración contiene dos aspectos que podemos identificar fácilmente: en los versículos 15-16 Pablo da gracias al Dios soberano por la obra que estaba haciendo en esta iglesia conforme a sus propósitos eternos; y en los versículos 17-23 encontramos las peticiones que Pablo eleva a ese Dios soberano a favor de estos creyentes.
Pablo da gracias, Pablo intercede; eso es básicamente lo que tenemos aquí, y lo que espero considerar con Uds. en esta mañana con la ayuda de nuestro Dios. Veamos, en primer lugar, las acciones de gracias (vers. 15-16).
I. PABLO DA GRACIAS AL DIOS SOBERANO POR LOS EFESIOS:
Como vimos el domingo pasado, esta oración de Pablo es motivada por su reflexión en las bendiciones espirituales que Dios ha derramado soberanamente sobre Su pueblo.
En los versículos 3-14 Pablo ha declarado que Dios nos ha escogido para salvación desde antes de la fundación del mundo, y conforme a esa elección nos había bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales. Y eso es precisamente lo que motiva a Pablo a elevar estas acciones de gracias delante de Dios, sumado al buen reporte que había recibido de esta Iglesia.
“Por esta causa, dice Pablo, por cuanto Dios los ha escogido para bendecirles, ahora que escucho de vuestra fe en el Señor Jesús, y de vuestro amor para con todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros…”.
Las personas que visitaban a Pablo en su encarcelamiento en Roma le reportaban acerca del progreso del evangelio; éste seguía siendo el principal interés del apóstol, aun a pesar de la condición tan difícil en que se encontraba en esos momentos: el estado de las iglesias; y los reportes que estaba recibiendo sobre estos creyentes de Éfeso eran muy buenos.
Pablo escuchaba de la fe que estos hermanos tenían en el Señor Jesús, de cómo evidenciaban a través de sus frutos que Él era el objeto de su confianza. En Él descansaban para la salvación de Sus almas, en Su voluntad confiaban para la dirección de sus vidas. Estos hombres y mujeres, cuando oyeron el evangelio, creyeron, y esa fe era evidente para aquellos que visitaban la iglesia.
Pero Pablo escuchaba también del amor que estos hermanos se manifestaban unos a otros, un amor que abarcaba a todos los miembros de la congregación; el amor de ellos era para con “todos los santos”.
No hay nada de malo en tener amigos en la Iglesia, amigos que serán más cercarnos que otros; Cristo los tenía entre Sus discípulos, y Él fue sin pecado. Pero todos los miembros del cuerpo de Cristo deben beneficiarse de nuestro servicio, de nuestras oraciones, de nuestras exhortaciones y estímulos, sean del grupo cercano o no.
La palabra “amor” que Pablo usa aquí señala la acción de una persona buscando a otra para hacerle bien, y es presentada en la Escritura como una virtud íntimamente asociada con la fe.
“La fe obra por el amor”, dice Pablo en Gal. 5:6. Es imposible que amemos a Dios, y al mismo tiempo seamos indiferentes a todos aquellos que son el objeto del amor de Dios.
En su primera epístola Juan nos advierte que “si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos mandamiento de Él: El que ama a Dios, ame también a su hermano” (1Jn. 4:20-21).
La fe y el amor caminan juntos, van de la mano en la vida del creyente. La fe, dice Santiago en el cap. 2 de su epístola, se manifiesta a través de obras concretas de amor. Por medio de la fe Cristo nos atrae hacia Sí, pero al mismo tiempo hace que los creyentes se atraigan entre sí. Por lo tanto, donde ese amor no está presente, tenemos razones de peso para pensar que tampoco se encuentra la fe.
En el caso particular de los creyentes en Efeso, era obvio que estos hermanos estaban creciendo en piedad; los frutos de su fe estaban siendo claramente evidenciados, sobre todo a través del amor, y en aquel encarcelamiento en Roma eso consolaba el corazón del apóstol, y lo movía a acercarse a Dios con acciones de gracias.
Pablo amaba a Dios, y por lo tanto, mostraba un real interés en todo aquello que tiene que ver con el avance de Su obra en el mundo. Esa es una de las marcas por excelencia de aquellos que realmente aman a Dios, el amor por Su obra, la preocupación por Su Iglesia, por Su reino.
Por eso es tan importante que en el culto de oración demos reportes de otras iglesias, y que todos estemos aquí para orar por esto. Nosotros somos ciudadanos del reino de Cristo, y debemos estar interesados por todo lo que ocurre en cualquier provincia de ese reino.
Si no tenemos tal interés por el avance del evangelio, tenemos razones para preguntarnos seriamente cuál es el estado real de nuestro amor a Dios. Pablo no era indiferente a las noticias que recibía sobre otros creyentes, y nosotros tampoco debemos serlo.
Como alguien ha dicho, si queremos imitar a Pablo en sus oraciones “estaremos atentos a los informes sobre el progreso del evangelio, no sólo en los círculos más inmediatos a nosotros, sino también en los lugares que nunca hemos visitado” (D. Carson; op cit; pg. 191).
Los hermanos que estábamos el miércoles aquí en el culto de oración fuimos grandemente edificados al escuchar el reporte de Miguel Linares sobre lo que está sucediendo en Yabonico; fue para nosotros motivo de gozo y alegría saber lo que Dios está haciendo allí.
Este tipo de reportes acrecienta nuestro amor por el reino de Cristo, nuestro amor por otros hermanos, y alimenta nuestra fe al ver a Dios obrando. Es muy preocupante que algunos que profesan la fe no muestren interés por estas cosas; estas mismas personas, muchas veces, al no percibir la obra que Dios está haciendo, tienen una actitud totalmente pesimista en cuanto a la Iglesia, y muy pocas razones para dar gracias a Dios.
Leí en un libro hace un tiempo atrás que “hay personas para las que las únicas noticias interesantes son las malas. Si oyen hablar de cristianos que tienen problemas, de un pastor que ha caído en un pecado sexual, de una institución teológica con problemas internos, de un proyecto evangelístico que se hunde, entonces se preocupan mucho… Pero si oyen acerca de cristianos que están gozosos, que crecen en santidad y testimonio efectivo, si se enteran de que un pastor es muy fructífero… entonces pierden el interés” (Carson; pg. 93).
Este tipo de creyentes nunca ve razón alguna para dar gracias a Dios por otros cristianos, o por su propia Iglesia, porque solo prestan atención a lo que está mal, y lo que está bien les pasa por delante de sus ojos completamente inadvertido.
¿Qué tan atento estás tú al progreso de otros? ¿Con cuánta frecuencia le das gracias a Dios por lo que Él está haciendo con otros hermanos, dentro y fuera de esta Iglesia?
¿Eres de los que tienen un ojo clínico para ver los errores y debilidades de otros, o percibes también las cosas buenas que ocurren a tu alrededor, y das gracias por ello? ¿Qué tanto interés muestras por estar aquí cuando reportes y cartas sobre otros ministerios son compartidos para orar por ellos?
Pero noten algo más en nuestro texto. Pablo no solo dio gracias a Dios por el crecimiento espiritual de estos hermanos, sino que así lo hizo saber a ellos en esta carta. “Yo doy gracias a Dios por vosotros al oír de vuestra fe en el Señor Jesús, y de vuestro amor para con todos los santos. Yo quiero que Uds. sepan que yo doy gracias a Dios por vosotros”.
Pablo reconocía a Dios como el dador de todo bien y por eso le daba gracias, pero al mismo tiempo alentaba a estos hermanos al darles a conocer en su carta que daba gracias a Dios por ellos. La acción de gracias va destinada a Dios, no a los efesios, pero Pablo la pone por escrito para estimularles. Y esto debe ser también para nosotros una tremenda lección espiritual.
Si bien es cierto que debemos cuidarnos de la actitud lisonjera y alabanciosa de aquellos que van por ahí exaltando a todo el mundo como si estuvieran intentando ganar un concurso de popularidad, también es cierto que tenemos que cuidarnos de la actitud contraria, la de aquellos que nunca o casi nunca alientan a otros por sus esfuerzos y progresos.
D. Carson en su libro sobre las oraciones de Pablo, habla de ciertas personas que están tan convencidas de “que al final Dios es el único digno de toda alabanza… que rara vez nos agradecen algo, y entonces solo a regañadientes. Reconocen, acertadamente, que todo lo bueno que somos o hacemos tiene su origen final en la mano de nuestro Padre celestial, llena de gracia. (Y así) concluyen, erróneamente, que no debe darse ningún tipo de ánimo a los que son meros mediadores de esa gracia divina… Estas personas creen, aparentemente, que esa alabanza se nos podría subir a la cabeza y acrecentar nuestra importancia, lo cual podría resultar peligroso para nuestra vida espiritual” (pg. 96 – el paréntesis es mío).
Son rápidos para criticar, para discernir lo que no está bien, pero muy lentos para animar y estimular a otros en su carrera. Es obvio, hermanos, que Pablo no pensaba de ese modo. Por eso, continuamente expresaba a los creyentes las razones por las cuales daba gracias a Dios por ellos. Así Dios recibe la gloria, y nosotros el estímulo.
Amados hermanos, hay creyentes en medio nuestro que han sido usados por Dios para bendecirnos. En vez de concentrarnos únicamente en lo que está mal, miremos también a esos hermanos, demos gracias a Dios por ellos, y animémoslos a seguir adelante, y a que continúen dejándose usar por Dios como hasta ahora lo han hecho para nuestro beneficio.
Pero Pablo no se limita a dar gracias a Dios por estos hermanos, sino que también pide por ellos. En los versículos 17 al 23…
II. PABLO INTERCEDE ANTE EL DIOS SOBERANO EN FAVOR DE LOS EFESIOS:
Vers. 16-18a (hasta: “…para que sepáis…”). La persona a la que Pablo dirige su oración es designada en el texto como “el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria”. Este hombre se acercaba a Dios con confianza, pero sin olvidar al mismo tiempo la majestad de Aquel a quien ora.
Algunas personas pretenden hablar con Dios con la misma familiaridad con que lo hacen con un vecino, pero nuestro Dios es “el Padre de gloria”, Aquel a quien pertenece la gloria, cuyos atributos le revelan como un Dios glorioso, sublime y lleno de majestad.
No es lo mismo, hermanos, acercarnos a Dios con la confianza de un hijo que ser confianzudo con Él. Él es nuestro Padre, y al mismo tiempo el Dios de la gloria; podemos y debemos acercarnos confiados a Su trono, pero con todo respeto y admiración.
Y ¿qué pide Pablo a ese Dios soberano en favor de estos hermanos? ¿Cuál es la esencia de su petición? Conocimiento (vers. 17-18a). Aunque la Palabra “espíritu” en la versión RV aparece en minúscula, tenemos muchas razones para pensar que Pablo se refiere al Espíritu Santo.
Es el Espíritu de Dios el que imparte luz al corazón, el que abre e ilumina nuestro entendimiento. Por eso en Is. 11:2 se señala al Espíritu Santo como “Espíritu de sabiduría y de inteligencia, Espíritu de consejo y de poder, Espíritu de conocimiento y de temor de Jehová”.
Pablo quería que estos hermanos, que ya habían sido iluminados por el Espíritu de Dios para venir a Cristo y comprender muchas cosas que antes no entendían, recibieran de El más luz y entendimiento.
En la vida cristiana la ignorancia no es virtud sino una desgracia. “Mi pueblo fue destruido, dice en Os. 4:6, porque le faltó conocimiento”. La desinformación y la ignorancia son la semilla de la destrucción.
Por eso debemos orar a Dios continuamente, por nosotros y por otros, que nos conceda un mejor entendimiento de las verdades reveladas en las Escrituras. Pero no solo debemos orar, sino también hacer uso de todos los medios que tengamos a nuestro alcance para crecer en nuestra comprensión doctrinal. Pablo oró por estos hermanos, pero también los instruyó. Su instrucción era uno de los medios que Dios habría de usar para responder su oración.
¿Por qué es tan importante que nosotros estemos aquí cuando la Palabra de Dios es expuesta? Porque el Espíritu Santo usará esa exposición para abrir nuestro entendimiento, para que tengamos una comprensión más amplia de lo que somos y tenemos como cristianos, y así podamos vivir a la altura de nuestro llamamiento.
Cuando Pablo habla de sabiduría y revelación en nuestro texto no se refiere a sueños y visiones, sino más bien a una comprensión doctrinal más profunda, y al mismo tiempo más práctica.
Lo que Pablo quería no era simplemente que estos hermanos en Efeso almacenaran un mayor cúmulo de información, sino que pudieran aplicar esa información bíblica en el desempeño de sus vidas diarias: en el manejo de su tiempo, en la crianza de sus hijos, en el uso de su dinero. Amados hermanos, hasta que no aplicamos lo que sabemos no sabemos como debemos saber.
Hay personas que vienen a la iglesia domingo tras domingo, escuchan los mismos sermones que todos escuchan, las mismas directrices y aplicaciones, pero cuando uno ve sus vidas, cuando uno los ve haciendo negocios, o manejando sus familias, uno se pregunta si oyeron el mismo sermón que todos oyeron.
Pablo no quería que estos hermanos fueran meros oidores de la Palabra, por eso pedía por ellos sabiduría, entendimiento, iluminación espiritual. Más adelante Pablo los exhorta a vivir como hijos de luz (comp. Ef. 5:8). Lo que Pablo pide en oración por ellos en nuestro texto era que recibieran más luz para que pudiesen cumplir aquella exhortación.
Por eso pide por ellos que sean alumbrados “los ojos de vuestro corazón (como dice el texto griego literalmente), que todo vuestro ser sea iluminado, que ese conocimiento alcance las partes más profundas de vuestra personalidad y os controle”.
Y ¿qué cosas quería Pablo que estos hermanos conocieran más profundamente? En primer lugar, Pablo quería que estos hermanos crecieran en el conocimiento de Dios (vers. 17b). Los creyentes ya conocen a Dios en Cristo, pero necesitan crecer continuamente en ese conocimiento. En la misma medida en que crecemos en el conocimiento de Él, se acrecienta también nuestro amor, nuestra devoción, nuestra admiración.
Y eso es lo que Pablo desea que todos los creyentes obtengan, un conocimiento de Dios que nos gobierne, y que nos lleve a comprender que no existe privilegio más grande en el mundo que conocerle a Él y tenerle por Padre.
Pero Pablo pide también porque estos creyentes obtengan un entendimiento más pleno de los recursos que tienen en Cristo. Como dijimos en un sermón anterior, algunos creyentes viven como pordioseros espirituales porque ignoran los recursos que tenemos a nuestro alcance ahora que somos salvos.
En estos días leí una historia acerca de un millonario llamado William Randolph Hearst, a quien le ocurrió algo sumamente aleccionador. Este hombre leyó acerca de una pieza de arte extremadamente valiosa, y decidió añadirla a su ya extensa colección. Así que pidió a su agente que moviera mar y tierra para conseguir la pieza, y que la comprara a cualquier precio.
Luego de una ardua, intensa e infructuosa búsqueda que duró varios meses, el agente descubrió que la famosa pieza estaba guardada en el almacén del señor Hearst, porque era parte de su colección desde hacía tiempo. Este hombre anhelaba tener lo que ya tenía.
Y tristemente a muchos cristianos les pasa lo mismo. Desconocen todos los recursos que tienen en Cristo y viven como pordioseros espirituales, aunque son herederos del Dios altísimo. Pablo no quería que estos hermanos ignoraran sus posesiones; por eso pide por ellos un mejor entendimiento de sus recursos, y de manera particular se concentra en tres aspectos:
A. La esperanza a la que habían sido llamados:
Vers. 18. En un mundo que no tiene esperanza alguna, nuestro Dios nos ha llamado para que tengamos una esperanza, para que vivamos por esa esperanza. Los incrédulos no tienen razón alguna para mirar hacia el mañana con expectación, pero nosotros sí. Pablo dice en Rom. 5:2 que nosotros los creyentes “nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios”. Podemos gloriarnos en eso.
Esperamos con certeza todo aquello que Dios ha reservado para nosotros, porque es imposible que Su plan sea frustrado. Nuestra esperanza es ciertísima, hermanos. Tan cierto como que mañana saldrá el sol, así de cierto es que algún día reinaremos con Cristo, y ya no habrá más llanto, ni clamor, ni dolor.
Y lo que Pablo pide aquí en oración por estos creyentes es que puedan experimentar la consolación de esta esperanza, el coraje que imparte al corazón, aun en medio de las circunstancias más adversas de la vida.
Nosotros sabemos que el futuro que nos espera es glorioso, pero debemos pedir a Dios en oración que nos conceda, como dice Hendriksen, “una expectación confiada, una espera paciente del cumplimiento de las promesas de Dios, una absoluta confianza centrada en Cristo… de que tales promesas serán sin duda alguna cumplidas” (ad loc).
Debemos pedirle esto a Dios en oración, por nosotros y por todos nuestros hermanos en la fe. Cuando esa esperanza no controla nuestros pensamientos las aflicciones se tornan cargas inmensamente pesadas, se opaca el gozo de nuestra salvación, disminuyen nuestras fuerzas, se debilita nuestro servicio, y el mundo comienza a ser poderosamente atractivo.
Pero Pablo pide también en oración que estos hermanos conozcan más ampliamente…
B. Las riquezas de la gloria de su herencia en los santos:
Vers. 18. El Dios de los cielos, el dueño absoluto de todo cuanto existe, nos adoptó como Sus hijos, y nos hizo de ese modo coherederos con Su Hijo Jesucristo. Y lo que Pablo pide por estos creyentes, no es que conocieran el hecho de que tenían una herencia, sino cuán rica y gloriosa era: “… las riquezas de la gloria de su herencia en los santos”.
Pablo estaba ansioso porque estos hermanos pudieran aquilatar la magnificencia y esplendor de lo que Dios les tiene reservado. Mi hermano querido, tu y yo necesitamos ese entendimiento, necesitamos poner esa herencia continuamente delante de nuestros ojos, de modo que podamos vivir “no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2Cor. 4:18).
Pero Pablo quiere que estos hermanos conozcan también…
C. El poder que está disponible para ellos:
Hasta aquí puede ser que algunos creyentes estén pensando: “Todo esto está muy bien, tengo una esperanza cierta, y una herencia gloriosa, pero cuando me enfrento con las adversidades de la vida, cuando tengo que luchar con las seducciones del mundo, ¡qué difícil resulta llevar estar verdades al terreno de la práctica y vivir como un ciudadano del cielo! ¿Cómo puedo yo vivir a la altura de lo que soy como cristiano?”
Por el poder de Dios que está disponible para nosotros los que creemos. Pablo quiere que estos hermanos comprendan que el todopoderoso poder de Dios estaba a su disposición. Y es obvio que Pablo multiplica adrede los calificativos en este texto para impresionar el corazón de los creyentes (vers. 19).
Ese poder ya obró en nosotros, de lo contrario todavía estaríamos en tinieblas, todavía estaríamos lejos de Dios y de Sus caminos. Nosotros creemos porque ese poder actuó en nuestras vidas. Y por ese mismo poder podemos vivir a la altura de nuestro llamamiento (comp. Col. 1:9-11).
No hay razón alguna para que nosotros los creyentes tengamos vidas espirituales mediocres, no hay razón. Ciertamente somos muy débiles, en nuestras propias fuerzas somos menos que nada, “pero todo lo podemos en Cristo que nos fortalece”.
Podemos vivir como cristianos en este mundo, podemos mostrar que somos ciudadanos del cielo, siempre que nos amparemos en el omnipotente poder de Dios. Para que tengamos una idea aproximada de la naturaleza de este poder Pablo usa dos ilustraciones.
En primer lugar, este fue el poder (vers. 20ª) que “operó en Cristo resucitándole de los muertos”. Pablo quiere que estos creyentes obtengan una clara comprensión de la clase de poder que está disponible para ellos, y ¿qué ejemplo escogió? El de la resurrección.
Allí Cristo venció la muerte, pagó por los pecados de Su pueblo, y aseguró la resurrección futura de todos aquellos que están unidos a Él por la fe. Así como Él resucitó, nosotros también resucitaremos. Nada puede impedir esa victoria de los creyentes sobre la muerte. Y ese poder vivificante que nos resucitará puede también sostenernos aquí y ahora para vivir en este mundo como ciudadanos del cielo.
Pero no solo eso. Ese poder que obró en Cristo resucitándole de los muertos, también lo sentó a la diestra de Dios en los lugares celestiales, mostrando de ese modo que a Cristo se le ha conferido autoridad suprema sobre todas las cosas (vers. 20-22a). No existe en todo el universo ninguna autoridad humana o angélica que no esté sometida al gobierno de Cristo.
Cristo fue exaltado hasta lo sumo, dice Pablo en Fil. 2:9, y se le dio “un nombre que es sobre todo nombre”, y aunque muchos hoy ignoran, y aun desprecian Su autoridad, algún día tendrán que doblar sus rodillas ante Él y confesar con sus bocas que Jesús es el Señor (Fil. 2:10-11).
Ahora, noten algo más que Pablo dice en nuestro texto. Ese Cristo que posee tal autoridad y dominio universal, ese Cristo exaltado, ha sido colocado como cabeza, “sobre todas las cosas”, de la Iglesia. En otras palabras, El es Rey soberano sobre todas las cosas, pero Su principal preocupación, Su principal interés, es la Iglesia.
Cristo ejerce Su dominio y autoridad sobre todo el universo a favor de Su pueblo; y algún día ese pueblo Suyo será también visiblemente exaltado para reinar con Él. La Iglesia es Su cuerpo, dice Pablo en el vers. 23, de tal manera que ella depende completamente de Él, y compartirá con Él su mismo destino glorioso.
Pero más aun, Pablo dice que la Iglesia es “la plenitud de aquel que todo lo llena en todo”. Y esto sí que es un misterio que escapa a toda comprensión. Jesucristo nuestro Señor, “que todo lo llena en todo”, ha quedado tan unido a nosotros como Su pueblo, que ahora somos Su complemento.
Nosotros somos Su plenitud, y Él nos ha destinado para compartir con El Su gloria, Su herencia, y sobre todas las cosas, Su compañía por los siglos de los siglos. Hermanos amados, ¡cuán importante es la Iglesia, y qué privilegio tan grande significa ser parte de ella!
Ahora esta realidad está escondida de los ojos de los hombres, pero algún día ya no será así. “Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, dice Pablo en Col. 3:4, entonces vosotros también seréis manifestados con El en gloria”. Entonces veremos quién escogió realmente la mejor parte, entonces veremos quién fue el tonto y quién fue el sabio.
¿Tenemos razones para vivir apesadumbrados y temerosos, nosotros que somos miembros de ese pueblo? ¿Somos nosotros dignos de lástima, o somos más bien dignos de envidia?
He aquí algunas cosas que nosotros no debemos ignorar. Debemos orar al Señor que nos conceda una comprensión cada vez más profunda de estas verdades espirituales, que podamos conocer estas cosas como debemos conocerlas, para que podamos vivir a la altura del Dios que tenemos y de los recursos con que contamos.
No hay ninguna razón para nuestra falta de celo y de fervor. No hay ninguna razón para dejarnos seducir por la mercancía barata que este mundo ofrece. Deja eso para aquellos que no tienen la esperanza que tu tienes, para aquellos que no esperan una herencia como la que tu esperas; es por eso que cambian espejitos por oro; ellos no tienen nada más.
Pero en cuanto a tisi eres un hijo de Dios, no solo conoces lo que ellos no conocen, sino que cuentas con un poder con el que ellos no cuentan. Que Dios nos conceda hoy una gracia abundante de Su Espíritu para que nuestros ojos sean alumbrados, para que nuestros ojos sean abiertos de par en par, y así podamos vivir el tiempo que nos resta viendo lo que no se ve.